Novelas en capítulos y cuentos cortos

lunes, 16 de mayo de 2016

ALAS PARA UNA ILUSION, Cap12

"A las mujeres fuertes les pasa lo que a los barriletes; se elevan cuando es mayor el viento que se opone a su ascenso". José Ingenieros


El viaje fue largo, pero placentero. Jacinta tuvo razón en sus reparos. Varios caballeros intentaron con sus galanteos ganarse los favores de la joven madre, pero todos fracasaron. El corazón de Ana lloraba la muerte de Martín y siempre lo haría. Sus hijos eran su alegría, por ellos lucharía para salir adelante en un país que no conocía, ajeno a sus costumbres y tradiciones. Su fuerza de voluntad y su espíritu combativo, serían sus aliados. Si Martín hubiera confiado en ella…juntos hubiesen hallado la solución a los problemas.
Argentina fue el país que la recibió con generosidad y buenos augurios.
Un amigo de su padre la esperaba en el puerto y en su casa estuvieron temporalmente hospedados. El la asesoró sobre dónde invertir su pequeño capital.
Lo más urgente era comprar una casa para establecerse con sus hijos, si bien la familia García se comportaba con suma amabilidad, ella se sentía incómoda.
Eligió una propiedad cómoda y bonita en Parque Saavedra, un barrio residencial alejado de los ruidos de la ciudad. La encontró parecida a su casa de Madrid, aunque más pequeña y simple, despertando en ella un sentimiento de nostalgia que nunca antes había experimentado. "Morriña", lo llamaba Jacinta.
Le encantó el jardín, henchido de helechos y flores; la elegante verja, que como un muro de hierro, separaba la casa del tráfago mundano le daba al lugar seguridad y paz. Al frente,cruzando un colorido parque, se extendía el tejido urbano tradicional: casitas sencillas, negocios y una escuela.
Una tarde, ya instalados en su nuevo hogar, Ana tuvo una maravillosa idea. Entusiasmada buscó a Jacinta. La encontró en la cocina preparando gazpacho, una exquisita sopa fría característica de la gastronomía andaluza. Exaltada le confió su plan.
_ Bien sabes Jacinta lo que me gusta leer.
_ Horas se pasaba encerrada en la biblioteca, podía ser el fin del mundo que usted ni se enteraba _ dijo mientras picaba pimientos y los agregaba a la olla junto al ajo y las cebollas.
_ ¡No exageres Jacinta!, bueno, la cuestión es que se me ha ocurrido instalar una librería, por supuesto, en una de las calles principales de la capital. ¿Qué te parece? Tiene que ser algo único, singular, que despierte el interés y la curiosidad de la gente.
_ Suena interesante.
_ ¡Verdad que sí! Ahora mismo lo consultaré con don Cosme, el me ayudará a dar con la instalación correcta. ¡Que bien huele ese gazpacho Jacinta! Recuerdas como me gusta comerlo.
_ Con dados de pan y huevo duro _ respondió con una sonrisa.
Durante semanas, Ana recorrió las ajetreadas calles porteñas buscando el lugar adecuado para cristalizar su sueño. Hasta que una mañana, de improviso, apareció ante sus ojos un edificio salido de un cuento de hadas.
_ Pero querida, esto es un teatro, mejor dicho, fue un teatro…¡y está en ruinas! _ se escandalizó don Cosme cuando Ana le informó su descubrimiento.
Ninguno de los reparos de don Cosme le hizo cambiar de opinión. El ex Teatro Grand Splendid sería su librería, si hasta tenía el nombre, “El Ateneo”.
_ ¿No suena grandioso? Librería “El Ateneo”. ¡Ay, don Cosme estoy tan feliz!

Luego de engorrosos trámites, el teatro pasó a ser de su propiedad.
Las reparaciones fueron costosas al igual que la adaptación del lugar para funcionar como un local de venta de libros.
Ana nunca se acobardó, invirtió hasta el último céntimo de su capital. Jacinta protestaba, don Cosme protestaba, pero Ana confiaba en su instinto, tenía la certeza de su éxito.
Mientras ella se ocupa de las reformas, Jacinta lideaba con los niños que no le daban respiro. Caprichosos, traviesos, por momentos insoportables; pero con un beso y una palabra de cariño, los muy astutos siempre lograban arrancarle una sonrisa.
_ Entre las dos están malcriando a esos críos _ se quejaba don Cosme al ser testigo de como los niños manipulaban a la madre y a la sirvienta.
_ Tengo que compensar mis largas ausencias, don Cosme. Mientras pueda darles todo cuanto me pidan, se los daré. Han sufrido mucho, la muerte del padre, el desarraigo, mi abandono…
_ ¿Abandono? Si trabajas para ellos, por su futuro _ se enojó el hombre _ Un día te arrepentirás de haberlos consentido tanto.
Ana no atendió los consejos de su buen amigo, sus hijos no volverían a sufrir jamás. Ella se abocaría a esa consigna con todas sus fuerzas.
Pasaron cinco meses de trabajo, de sacrificios, de contratiempos; muchas veces lloró impotente ante las adversidades que se le presentaban; otras rió, feliz por solucionarlas. Finalmente una fría y lluviosa mañana de otoño, Ana inauguró su librería.
_ Espero que triunfes, Ana, de lo contrario te verás atrapada en una verdadera catástrofe financiera _ vaticinó don Cosme.
_ Siempre tan optimista don Cosme. Ya verá como todo sale bien _ le respondió convencida.
La inauguración fue un éxito total. Los porteños se apiñaron en la puerta para poder acceder a la novedosa instalación: de las despojos de un teatro monumental surgió una librería moderna y lujosa que respetaba el esplendor de la construcción anterior.
Mantuvo intacto los balcones, la ornamentación y hasta el telón de terciopelo rojo. Varios sillones repartidos sobre el imponente escenario,en los antiguos palcos y en la platea, permitían a los clientes sentarse a leer cualquier libro sin obligación de compra.

En el escenario se ubicó también un espléndido piano de cola en el que un concertista ejecutaba composiciones de Lizt y Chopin, entre otros destacados músicos. Todo un detalle.
El subsuelo se convirtió en el salón de venta de libros para niños, mientras que el piso más alto fue destinado a exposiciones de arte.
Las ventanillas para la venta de entradas se transformaron en expositores de los libros más vendidos.
_ Y, don Cosme, ¿ahora que me dice? _ lo aguijonéo con picardía Ana.

_  Hoy es el primer día, ya veremos cuando se le pase la curiosidad a los porteños...ese será otro cantar, como dicen por estos lares.
El paso del tiempo le dio la razón a Ana. La suerte no la abandonó. La clientela nunca mermó, sucedió todo lo contrario para el asombro de don Cosme, que suspiró aliviado al recuperar la inversión y más aún, cuando se duplicó

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