Novelas en capítulos y cuentos cortos

jueves, 22 de diciembre de 2016

FELIPA, EN CARNE VIVA Cap.4

"Hay un jardín en cada infancia, un lugar encantado donde los colores son más brillantes,
 el aire más suave, ya la mañana más fragante que nunca más".  
Elizabeth Lawrence


El barrio de "El Candombe" se erigía por detrás de la iglesia de Nuestra Señora de Montserrat. El paraje a pesar de no ser nada propicio debido a los pajonales, a los montes tupidos y a la gran cantidad de arroyos, no constituyó un impedimento para que los esclavos libertos y algunos indios se establecieran en aquellos lares.
Los negros, conquistados por el color de la Virgen de Montserrat a la que llamaban "La Morenita", se apretujaron construyendo ranchos de barro con techo de paja alrededor del pequeño templo.
En uno de esos ranchos vivía feliz Felipa junto a su abuela Filomena. La extrema pobreza parecía no importar a la niña que esa mañana de noviembre jugaba frente a su casita.
Sentada sobre un tronco hueco acunaba una muñeca de trapo, la misma que Phillip le regaló a su madre años atrás.
"Mi niña se va a dormir
 con los ojitos cerrados,
 como duermen los jilgueros
 encima de los tejados.
 La voz de esta niña mía
 es la voz que yo que más quiero,
 parece de campanita
 hecha de mano de platero.
 Arroró, la Virgen
 Arroró, José
 y los angelitos, arroró, también".
Alejo, fascinado, y Lautaro, aburrido, la observaban escondidos detrás de unos matorrales. Después de dar buena cuenta de la fuente repleta de pastelitos de membrillo, los niños recorrieron las calles porteñas en busca del barrio "El Candombe". No les fue difícil gracias al poder de orientación de Lautaro.
_ Por algo soy nieto del gran Chacal, el mejor guerrero rastreador de todos los tiempos _  se jactó Laureano.
_ ¿Tú abuelo fue un guerrero? _ se impresionó Alejo.
_ Ajá, tenía ojo e´lince el viejo, rastreaba a los traidores y a los ladrones siguiendo sus güellas; señales que otros no veían, él las discubría _ dijo con orgullo.
Y así, preguntando al vendedor de velas, siguiendo las indicaciones del aguatero y guiados por una mazamorrera y todo ello junto al instinto de Lautaro dieron con el paradero de Felipa.
Unas risitas nerviosas alarmaron a la niña que interrumpió la canción de cuna y buscó con la mirada a los curiosos entrometidos.
_ ¿Quién anda por ahí? _ preguntó enojada.
Silencio.
_ ¡Conteste! _ insistió levantándose y mirando hacia todos lados.
_ ¡Hola Felipa! _ Alejo salió detrás de los matorrales, los pantalones manchados de barro. El indio lo seguía con una sonrisa socarrona."Parece que el Alejo se ha enamorao".
_ ¡Ah, sos vos! _ se alegró_ ¿te gustó la mazamorra de mi mamita? _ preguntó con una voz suave, aterciopelada, que impactó en Alejo.
_ S...s...si,si, muy rica _ tartamudeó.
Lautaro se desternillaba de risa y Alejo, enfurecido, lo pateó con fuerza haciéndolo trastabillar.
Felipa los miraba atónita.
_ No le hagas caso, mi amigo está un poco loco.
_ Yo estaré loco, pero vos so´un desagradecido. Me voy pa´las casas. Arreglate solo pa´volver _ bufó herido por el proceder de Alejo.
_ No te vayas _ lo detuvo Felipa _ mi abuela acaba de ordeñar la cabra, los invito a tomar un poco de leche. Está riquísima.
Lautaro cambió de idea inmediatamente, comer era primordial para él. "Me está cayendo bien esta gurisa", pensó relamiéndose de antemano.
Los tres se sentaron en el tronco con un jarro de lata hasta el borde de leche. Esa cabra era el tesoro más preciado de Filomena. Se la regaló la esposa del oidor Cornelio Álzaga, persona que ejercía la justicia civil y criminal de la ciudad, por haber sanado a su pequeño hijo de un mal estomacal. Filomena era una curandera respetada aunque mantenía su don en secreto. Sólo en ocasiones extremas ofrecía sus servicios y a personas que prometían no revelarlo. En el barrio era muy apreciada, aunque no su hija Andra, la comunidad la repudiaba por haberse entregado voluntariamente a un blanco.
Hacía varios años que Filomena vivía allí con Felipa, desde que la familia Torres quebró economicamente y echó de sus propiedades a casi todos los esclavos quedando desamparados y en la más absoluta pobreza. Con sacrificio levantó un rancho y gracias a su destreza para la alfarería pudo conseguir los centavos para sobrevivir vendiendo cacharros en la Recova.
_ Entonces, ¿cómo se llaman? _ quiso saber Felipa.
_ Alejo y este mamerto es mi amigo Lautaro _ se presentó.
_ ¡Eh!, no ofendás _ se defendió indignado Lautaro.
_ Me alegra que hayan venido, yo no tengo amigos, todos los chicos del barrio me dejan de lado _ sus enormes ojos azules se llenaron de lágrimas, hasta Lautaro se conmovió.
_ Ahora nosotros somos tus amigos _ declaró con decisión Alejo limpiándose el bigote de leche con la manga de su camisa.
_ ¿De veras? _ sonrió ilusionada.
_ De veras _ asintió con seriedad Lautaro sorprendiendo a Alejo.
Los pocos niños que vivían en "El Candombe" rehuían a Felipa por ser blanca. No comprendían como una niña blanca podía ser hija de una esclava. La consideraban tabú, un engendro de los espíritus malignos. No la maltrataban físicamente por miedo a Filomena, pero la marginaban y despreciaban.
_ Para confirmar nuestra amistad haremos un pacto de sangre _ anunció con gravedad Alejo.
_ ¿Un pacto se sangre? _ se asustó Felipa.
_ Sí, un juramento por el cual nos comprometemos a cuidarnos y defendernos mutuamente _ agregó con formalidad.
De su bolsillo extrajo una navaja, regalo de su padrino y se hizo un corte en la cara interior de su brazo izquierdo. Enseguida se lo pasó a Lautaro que hizo lo mismo.
Felipa tomó con miedo el cuchillo, indecisa, pero al ver el rostro expectante de sus nuevos amigos se decidió. Gotas de sangre, semejantes a rubíes, asomaron por el corte manchando su piel de alabastro.
_ Ahora juntemos los brazos para que nuestras sangres se mezclen _ordenó imperioso Lautaro.
_ Como hoy se unen nuestras sangres, así estaremos unidos hasta el fin de los tiempos poniendo nuestras vidas al servicio del otro _ recitö Alejo con solemnidad remedando un texto que leyó de un libro que pertenecía a su padre y que mantenía oculto en la biblioteca.
Luego de la improvisada ceremonia permanecieron en silencio asimilando el sublime voto que acababan de realizar.
_ Muchachos, es hora de que regresen a sus casas _  dijo la Filomena, preocupada por la presencia de un niño blanco en el barrio de negros.
_ Ya nos vamos y gracias por la leche, abuela Filomena _ Alejo lo dijo con tanta ternura que derritió el corazón de la vieja.
Felipa los acompañó un buen trecho tarareando una alegre canción.
Se despidieron de la niña no sin antes citarse para la tarde siguiente en la tapera abandonada que frecuentaban Alejo y Lautaro, allí donde planificaban las descabelladas aventuras que tanto irritaban a Idelfonso y amargaban a la negra Abelarda.
El grato momento se ensombreció con la aparición de Casilda, una negra achuradora. Fabricaba morcilla con intestinos y sangre coagulada de vaca. Su aspecto era nauseabundo. Sobre la cabeza llevaba una cesta cargada de tripas, sebo, patas y cabeza de vacas, despojos abandonados en el matadero que ella traía a su casa para alimentar a sus dos hijos.
Miró a Felipa con odio y escupió a sus pies. La niña frenó a Alejo que como un caballero medieval se propuso defender a su dama con arrojo y valentía.
_ No vale la pena _ sollozó temiendo un enfrentamiento con la achuradora.
_ Esta será la última vez que te insulten, te lo juro Felipa_ le aseguró Alejo escoltado por Lautaro.






 

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