Novelas en capítulos y cuentos cortos

lunes, 12 de diciembre de 2016

UN NUEVO AMANECER, Cap. 4

"Soy un alma desnuda en estos versos
 Alma desnuda que angustiada y sola
 va dejando sus pétalos dispersos".   Alfonsina Storni 


Buenos Aires, marzo de 1855
Era una soleada tarde de otoño. Los niños dormían la siesta luego de un suculento almuerzo en el que disfrutaron de su postre favorito: ambrosía. La negra Tomasa siempre los consentía y su abuela Tina, los adoraba. En ese momento, estaba junto a ellos velando sus sueños.
Lourdes se miró coqueta en el espejo de su amplio dormitorio. Un escalofrío la hizo temblar. "Está refrescando", pensó mientras tomaba del ropero un mantón de lana oscura. Vanidosa, volvió al reflejarse en el espejo.
"¿Pero qué hago?, ¿para qué me arreglo tanto?", se avergonzó. Su Rafael ya no estaba.
_ ¡Lourdes, querida!, ¿estás lista?. El cochero nos aguarda _ la llamó Mercedes desde el patio.
_ ¡Ya voy abuelita!_ a pesar de sus pensamientos sombríos volvió a mirarse en el espejo. Se arregló por quinta vez el cabello dorado, tan rebelde como de costumbre. Una vez satisfecha, corrió al patio.
_ ¡Por fin, Lourdes! _ Mercedes la inspeccionó de arriba a abajo _ ¡Pero querida, toda de negro! ¡Basta de luto! ¿Por qué no te ponés el vestido de seda violeta? Y por favor, cambia esas perlas negras por unas blancas.
_ No abuela, así estoy bien.
_ ¡Qué testaruda, Lourdes!, ¡qué testaruda! _ refunfuñó Mercedes.
_ A alguien habré salido, ¿no? _ y con un beso a su abuela zanjó la discusión._ ¡Tina!, regresamos dentro de dos horas.
Tina, la madre de Rafael, llegó agitada desde el dormitorio de los niños. Se apuró para despedirse. Era una mujer relativamente joven, pero las penurias de la vida, sobre todo la muerte de su hijo, la envejecieron prematuramente. El rostro macilento, delgada, el cabello cano y una mirada azul preñada de melancolía, así era Tina, así la había maltratado el destino.
_ Siento no poder acompañarlas, pero prefiero quedarme con los niños. Un beso a doña Laura.
Lourdes y Mercedes iban de visita a la casa de la viuda del General Insúa, otro de los héroes que coartaron  la dictadura de Rosas.
_ Deciles a Alba y a Miguelito que a mi vuelta les cuento la historia que les prometí, siempre y cuando no te hagan renegar _ se rió.
_ Esos chiquillos son dos angelitos _ los defendió la abuela Tina.
_ A los que a veces le crecen cuernitos..._  agregó sonriendo Mercedes.
El traquetear del coche por las calles empedradas puso de mal humor a Mercedes.
_ Mis pobres huesos...¿falta mucho?_ dijo asomándose por la ventanilla.
_ Poco, dos cuadras más por San José y llegamos _ la alentó la nieta.
En la puerta de una magnífica casona, las esperaba un negro vestido con elegancia.
_ Buenas tardes tengan las señoras _ solícito las ayudó a descender del carruaje _ Doña Laura las está esperando.
_ Gracias Justino. ¿Cómo anda tu patrona? _ quiso saber Mercedes.
_ Hoy se la ve contenta...será por ustedes que vienen de visita _ razonó el sirviente _ Adelante, doña Mercedes, doña Lourdes.
Laura Insúa las esperaba en la sala, una habitación espaciosa y muy iluminada. Un penetrante y agradable aroma a cera de abeja envolvía el lugar. Un hermoso ramo de magnolias situado en el centro de una enorme mesa de cedro llamó la atención de Lourdes.
_ ¡Laurita!. ¡qué alegría!, ¿y esas magnolias?, ¡son un milagro!...¿cómo es que florecieron tan temprano? _ se sorprendió.
_ No sé, sólo florecieron _ respondió con desgano la anfitriona.
_ Se te ve bien querida.
_ Las apariencias engañan Mercedes. _ respondió agobiada _ Son muchos los malestares que me aquejan ultimamente.
Con movimientos teatrales, las invitó a sentarse en unos mullidos sillones de terciopelo bermellón que combinaban con los pesados cortinados que enmarcaban las amplias ventanas que daban al jardín.
_ Justino, el mate, por favor _ pidió con voz aflautada.
Con una rapidez increíble, Justino dispuso todo para servir con eficacia a las visitas.
_ ¿Gustan las señoras unos buñuelos de manzana recién hechitos?
Las mujeres aceptaron encantadas.
Entre mate y mate, Laura las atormentaba con sus desdichas.
_ Estoy tan sola...Esta casa parece un mausoleo. Todavía no me acostumbro a la muerte de Ramiro. Eramos muy unidos. _ se lamentó.
_ Te comprendo Laurita, a mí me pasa lo mismo _ Rafael estuvo bajo las órdenes de Ramiro en la batalla de Caseros.
_ No es lo mismo Lourdes. Ramiro y yo estuvimos casados por más de treinta años, ¡toda una vida!
_ ¡Que tiene que ver los años de casados con el dolor de la pérdida! Con Rafa se me fue la mitad del alma _ explotó Lourdes.
_ Claro, claro, querida, sin embargo, vos tenes a tus hijos, a tu abuela, a tu tío Lorenzo; en cambio yo vivo en la desesperanza, en la soledad...
"Por algo será", pensó Lourdes harta de tanto gimoteo.
_ Muy ricos tus mates Justino. Laura, ¿ya pasaron los del censo? Por nuestra casa pasaron muy temprano por la mañana _ Mercedes intentó virar la conversación cansada también del lloriqueo de la mujer.
_ Por acá pasaron un rato antes de que ustedes llegaran. Un verdadero engorro, ¡cuántas preguntas!, me dejaron exhausta.
Mercedes se refería al primer censo de la provincia de Buenos Aires como estado autónomo, fuera de la Confederación Argentina y teniendo pleno control sobre la Aduana y el Puerto.
Lourdes devolvió con una sonrisa forzada el mate a Justino, y con la mirada le suplicó a Mercedes que se despidiera de Laura.
_ Bueno Laurita, nos retiramos _ dijo la abuela comprendiendo el mensaje de la muchacha.
_ ¡Tan pronto!, ¡que pena!. Justamente esta tarde vendrá mi sobrino Joaquín con su amigo Bautista, un joven encantador. Me hubiese gustado presentártelo Lourdes, creo que congeniarían.
_ Será en otra oportunidad Laura. No me gusta dejar solos a los niños durante mucho tiempo.
_ ¿Tina no está con ellos?
_ Tina sufre un resfriado y está con fiebre, la pobre _ mintió descaradamente.
_ Entonces no las entretengo más. ¡Vayan, vayan!. Justino, acompañalas al carruaje. No las beso porque temo contagiarme, estoy muy débil y por lo tanto, propensa a pescarme cualquier peste. Gracias por la visita queridas. Adiós.
_ Saluda a Joaquín de nuestra parte _ agregó Mercedes hastiada de la quejosa Laura Insúa.
En el viaje de regreso se prometieron no repetir la visita por un tiempo prolongado...muy, prolongado.
Al llegar, Miguel y Alba las estaban esperando ansiosos.
_ ¡Mamita!, ¡abuelita Mechu!_ se colgaron del cuello de su madre llenándola de besos _ Nos portamos requete bien, ¿no es cierto abuela Tina?.
Tina lo confirmó con una amplia sonrisa.
_ Así que ahora...¡el cuento, mamita!_ chillaron.
Los niños, espectantes, se sentaron en un confortable sillón reclinados sobre su madre. Lourdes comenzó el relato, y su voz  tersa y melodiosa, los hipnotizó.
_ Hace mucho tiempo los hombres vivían tranquilos y felices en un valle fértil. Nada les faltaba; la tierra era rica y les brindaba todo lo que necesitaban. Sobre esa tierra no se conocía la muerte, ni el odio, ni la ambición. Los dioses de la montaña protegían a todos los hombres y a todas las mujeres.
_ ¿Y a los niños pequeños., mamita? _ se preocupó Alba.
_ También, tesoro...Los dioses les prohibieron sólo una cosa: nadie debía subir a la cima de la montaña donde ardía el Fuego Sagrado. Por mucho tiempo, los hombres no quebrantaron esa ley. Pero el diablo, espíritu maligno que vive en la oscuridad, no soportó la felicidad de los hombres.
_ Me da miedo el diablo, mamita _ lloró Alba.
_ ¡No interrumpas más, Alba! _ la retó Miguelito.
_ Si te da miedo, termino la historia.
_ ¡No mamita! _ le rogó el niño _ Alba, no tengas miedo, yo siempre te voy a defender de los malos.
_ ¿De en serio? _ se maravilló la pequeña.
_  Por supuesto, y se dice "en serio" _ la corrigió con cariño.
_ ¿Continúo entonces? _ preguntó enternecida por el amor que se profesaban los hermanitos.
_ ¡Siii! _ la ensordecieron
_ El diablo se las ingenió para dividir a los hombres sembrando peleas. Y un buen día les pidió probar su valentía: deberían buscar el Fuego Sagrado.
_ Pero lo tenían prohibido _ se ofuscó Miguelito.
_ Precisamente, el diablo quería que los hombres desobedecieran a los dioses y cuando comenzaron a escalar la montaña fueron sorprendidos por cientos de pumas que salieron de sus cuevas para comérselos. Los hombres gritaron pidiendo ayuda al diablo, pero fue en vano.
Alba, asustada, se abrazó con fuerza a la abuela Mercedes mientras se lamentaba por el destino de los desobedientes.
_ Esta niña es insoportable _ estalló malhumorado el niño _ Que se la lleven a dormir, por favor.
_ ¡Que malo sos Miguelito! Yo también quiero saber como termina el cuento _ se defendió.
_ ¡Basta de pelearse! _ se enojó Lourdes.
_ Por favor, mamita, ¿que pasó con los hombres? _ insistió Miguelito.
_ Pasó que Inti, el dios Sol, se puso a llorar y sus lágrimas fueron tan abundantes que en cuarenta días se inundó el valle. Sólo se salvaron un hombre y una mujer sobre una barca de junco. Cuando el sol brilló de nuevo, se hallaron en un lago de aguas azules, en el que flotaban los pumas convertidos en estatuas de piedra. Los dioses no abandonaron al hombre como lo hizo el diablo, al contrario, le dieron una segunda oportunidad de ser feliz.
_ Nunca me lleves a ese lago mamita. Le tengo mucho miedo a los pumas _ volvió a llorar Alba.
_ ¡Que tonta! Todos los pumas están muertos. Los mató el dios Sol, ¿verdad mamita?_ exclamó Miguelito.
_ Verdad. Y ahora un abrazo y a dormir mis angelitos.
Cuando los niños abandonaron la sala de la mano de Tina, Lourdes se abrazó a Mercedes.
_ ¡Ay abuela!, ¿tendré yo una segunda oportunidad de ser feliz?







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