Novelas en capítulos y cuentos cortos

viernes, 15 de abril de 2016

ALAS PARA UNA ILUSION, Cap 3

"En secreto nos encontramos, en silencio me lamento,
 De que tu corazón pudiese olvidar, tu espíritu engañar,
 Si llegara a encontrarte tras estos largos años,
¿Cómo habría de saludarte?
¡En silencio y entre lágrimas!".   Lord Byron


Carmen Areco, la Directora del orfanato, era una mujer amarga. Alta, espigada, de unos cincuenta años, siempre de pésimo humor. Todo en ella era orden: su peinado, tirante; su traje sastre azul marino, siempre perfectamente planchado; su andar severo, inspirando autoridad e imponiendo disciplina. Nunca una sonrisa, una palabra de consuelo, una caricia tierna para esas caritas carentes de afecto.
Las religiosas que se desempeñaban en la institución como docentes, mantenían con Carmen una relación distante y correcta. La respetaban, pero nunca mantenían con ella una conversación amistosa. La rehuían.
Sólo la hermana Elisa, que sospechaba que la mujer ocultaba un gran dolor, se empeñó en romper la coraza de acero que la protegía, pero Carmen se resistía con terquedad.
"No soporto a las personas amables, seguramente buscan sacar algún provecho que las beneficie. Así que hermana Elisa, no se preocupe por mí y cumpla con sus obligaciones", era la cortante respuesta que la religiosa recibía cada vez que trataba de acercarse.
Elisa era el polo opuesto de Carmen. Joven, simpática, convencida de su vocación a la que se consagraba con amor y entusiasmo. Adoraba a esos niños desamparados. No sólo era su maestra sino que pretendía ser para ellos una madre. Para los pequeños, ella era un ángelde luz en medio de tanta oscuridad.
Sin embargo, Elisa y Carmen, estaban hermanadas por un pasado cruento. Una lo superó con entereza; la otra, se sumergió en el resentimiento.
Elisa fue una niña feliz hasta la muerte de su madre. Tenía doce años cuando la tragedia se desató en su familia. Su padre quedó destrozado. Comenzó a tomar y esto empeoró la situación.
Sucedió sólo en una ocasión, pero para Elisa fue una eternidad.
Una noche, su padre regresó a la casa ebrio del trabajo, una empresa de construcciones. Ella insistió para que se acostara, pero él se negó rotundamente. Continuó tomando hasta quedar dormido sobre la mesa de la cocina. Ella, aprovechó entonces, para esconder las botellas de bebida blanca que su padre había comprado. Luego de lavar los platos, se fue a descansar.
Estaba soñando con su madre, cuando sintió que una mano la destapaba y comenzaba a acariciar sus partes íntimas. Abrió los ojos sobresaltada. Encontró a su padre sentado en la cama con una mirada extraña que la atemorizó. Quiso besarla en la boca, ella se resistió. La piel erizada.
El insistió, ella gritó y le arañó el rostro en su desesperación por librarse del atropello.
El padre reaccionó como despertando de una pesadilla. La vio acurrucada en un rincón del dormitorio llorando con angustia.
_ Perdón, hijita, no quise hacerte daño. Por un momento te confundí con tu madre, que eras mi Ariana _ intentó abrazarla.
_ ¡No me toques!¡Nunca más vuelvas a tocarme! _ le escupió con furia y temor.
Avergonzado, abandonó la habitación. Elisa corrió a la puerta y cerró con doble vuelta de llave.
A la mañana siguiente, sobre una repisa, encontró una carta de su padre, una carta de despedida.
"No estoy bien, hija. La bebida me descontrola y no puedo ni quiero dejar de tomar, es lo único que me ayuda a cargar con la muerte de tu madre. No sé que voy a hacer con mi vida, estoy destruido. Me avergüenza lo que sucedió anoche.No entiendo como pude...perdóname. Tu tía Magdalena se ocupará de ti. Hablé con ella y está feliz de hacerlo. Espero que algún día puedas perdonarme. Te quiere, Papá."
Se sintió aliviada, triste, pero aliviada. No soportaba la idea de volver a ver a su padre, sentía asco .
Esa misma mañana llegó la tía Magdalena. Elisa la adoraba.
_ Elisa, mi amor, no sé que bicho le picó a tu padre para realizar ese viaje así tan de repente, pero bueno, si eso lo ayuda en su dolor, mejor para él.
Magdalena era una mujer optimista, siempre alegre. Fue el puntal que en ese momento precisaba Elisa.
Su padre siempre les envió dinero. Nunca sufrieron privaciones.
Pasaron muchos años hasta que tuvo la fuerza para contarle a su tía lo que había sucedido aquella noche fatídica. Fue el día que llegó un telegrama notificando la muerte de su padre.
Magdalena la escuchó con serenidad, no se escandalizó. La tomó entre sus brazos y lloraron juntas.
_Tienes que perdonar Elisa, tienes un espíritu valeroso. Suelta el rencor, el enojo. No los dejes prisioneros en tu corazón porque te impedirán ser feliz y descubrir las maravillas que te ofrece la vida.
El amor de su tía y sus sabios consejos, decidieron su vocación. Sería religiosa para ayudar a tantos niños desprotegidos, como aquellos que vivían en las calles pidiendo limosna y sufriendo agravios de los adultos.
Carmen, como Elisa, se sintió traicionada por la persona que más amó en su vida.
Era la mayor de tres hermanas. Su madre, viuda, siempre se apoyó en ella, tanto en lo económico como en la educación de sus hermanas menores.
Con esfuerzo se recibió de maestra. Consiguió trabajo en una escuela de su barrio para satisfacción de toda la familia.
Una tarde de invierno, cuando regresaba a su casa desde la escuela, la sorprendió un chubasco.
Mientras esperaba poder cruzar la calle, toda empapada, alguien la cubrió con un paraguas. Giró alarmada y en ese preciso instante se enamoró de él.
Alto, moreno, dueño de una sonrisa magnética. La invitó a tomar un café, ella aceptó sin titubear.
Comenzaron una relación apasionada. Se encontraban todos los sábados, la colmaba de regalos, la mimaba como nadie antes lo había hecho.
Carmen se sentía como la protagonista de un cuento de hadas y él era su príncipe azul. Pero al revés de los cuentos, donde el sapo se convierte en príncipe, aquí el príncipe se convirtió en sapo.
Lo que Carmen venía sospechando, se transformó en certeza: estaba embarazada. Cuando se lo dijo, con la esperanza de cristalizar su amor en matrimonio, él se puso lívido.
_ Te daré el dinero para abortar _ le dijo sin rodeos.
Ella se sintió morir. ¿Qué sucedía?
_ Estoy casado Carmen.
Tres palabras, tres puñaladas.
_ Entonces yo sólo fui una diversión...
_ Te amo Carmen, pero no puedo dejar a mi mujer, está enferma...no puedo abandonarla.
Ese fue el último día que lo vio.
Desesperada, decidió recurrir a una partera, amiga de su madre. En el trance casi pierde la vida por una hemorragia.
_ Querida, me temo que no podrás tener más hijos _ sentenció la partera al cabo de una semana.
Con el correr del tiempo, Carmen volvió a su rutina, pero su espíritu estaba aniquilado. Nunca volvió a confiar en ningún hombre, los despreciaba. La amargura se apoderó de su alma, secando sus ansias de vida.
Por su gran capacidad y responsabilidad, fue nombrada Directora del Orfanato Riglos. En su nuevo trabajo se mostró eficiente...sólo eficiente.

miércoles, 13 de abril de 2016

ALAS PARA UNA ILUSION, Cap. 2

"El futuro de los niños es siempre hoy.
 Mañana será tarde".                           Gabriela Mistral




Desde la muerte de Clara, Ana acogió a las niñas en su casa. Lupe y Lina se sintieron a gusto, le estaban agradecidas por el cariño que les prodigaba en esos momentos tan difíciles y lúgubres.
Sin embargo, Ana se enfrentaba a dos escollos intransigentes, sus hijos. "Madre, estamos hartos de tus obras de caridad", le repetían siempre ofuscados.
Cuando se enteraron de la llegada de las niñas, ardió Troya. Hasta la amenazaron con declararla insana. Ana no tomó en serio la bravata hasta que recibió la visita de su abogado.
"Ana, piensa bien lo que haces. Tus hijos van por todo. Saldrás bien librada, de eso no hay duda, pero la demanda te provocará muchos inconvenientes. Habla con tus hijos, trata de convencerlos que desistan.  Esto es una locura, y todo por unas pobres niñas huérfanas. Te aconsejo que te deshagas de ellas".
¿Cómo seguir el consejo egoísta de su abogado? Pero estaba en una encrucijada, la paz de su hogar o la guerra con sus hijos a causa de un acto de amor.
Ella era la única culpable, ella que no supo educar a sus hijos. "No es bueno que los consientas tanto", le sugerían sus amigas. Ahora lo lamentaba, pero era tarde.
Se decidió por sus hijos, no deseaba enfrentarse a ellos, los amaba demasiado. Avergonzada por su cobarde decisión, buscó una solución grata para las niñas, pero no la halló.
"Debes internarlas en un orfanato", fue la respuesta amarga del abogado.
Desolada, les comunicó a las niñas su destino. Ellas, la sorprendieron, aceptando con serenidad su resolución, aunque la tristeza de sus miradas le rompió el corazón. La vulnerabilidad de esas dos criaturas la llevaría grabada en su alma durante mucho tiempo, al igual que los remordimientos por su medrosidad.
Una mañana gris, como gris estaba su ánimo, acudió al orfanato más prestigioso de la ciudad, "Mercedes de Lasala y Riglos", con la documentación de las niñas.
Un obstáculo inesperado la desconcertó, la edad de Lupe.
_ Señora Gamazo, va contra nuestras reglas aceptar una niña mayor de diez años _ se opuso con amabilidad la directora de la institución, Carmen Areco.
_ Insisto señorita Areco, la madre antes de morir me hizo jurar que no las separaría. Sería una carga emocional muy dura para mí saber que no pude cumplir con su última voluntad. Estoy dispuesta a cooperar mensualmente con el orfanato, ser una de sus benefactoras. Si usted accede a mi súplica, ya mismo le extiendo un cheque por la cantidad que me indique.
_ En consideración al trauma que han vivido las niñas haré una excepción. Traígalas mañana antes del mediodía.
_ Muchas gracias señora Directora, me quita un peso del alma _ Ana simuló una sonrisa de gratitud y se marchó.
La furia la quemaba. "¡Miserable arpía! Como dice el refrán: Cada uno quiere llevar agua a su molino, y dejar en seco al del vecino. Sólo cuidas tus intereses, poco te importa la aflicción de las pequeñas...Pero acaso ¿yo no me comporto de la misma manera? Antepongo el egoísmo de mis hijos al desamparo de Lupe y Lina. Soy de la misma calaña que Carmen Areco. ¡Dios me perdone!", reflexionó consternada.
La despedida fue desgarradora. Las niñas lloraban, asustadas por un futuro incierto, desconocido; Ana, impotente, maldijo su flaqueza.
_ Lina, Lupe, les prometo que haré todo lo posible para sacarlas del orfanato lo antes posible. Confíen en mí, se los ruego.
Se fundieron en un abrazo, en donde se conjugaba el dolor de la separación y la esperanza del reencuentro.
Solitas ante la fría presencia de la Directora, tomadas de la mano y con los ojos cargados de lágrimas, fue la imagen que Ana se llevó grabada en la mente y el corazón, a su fastuosa mansión.
Una monja joven de la congregación franciscana Misioneras de María, las guió hasta los dormitorios.
En silencio, atravesaron un largo zaguán que las condujo a un patio octogonal, cubierto por una fragante glicina.
En la inmensa habitación, se desperdigaban veinte camas. La monja se sentó en una de aquellas camas y las invitó, con una sonrisa maternal, a acomodarse junto a ella.
_ Soy la hermana Elisa. Sé que están pasando por una situación dolorosa, pero les aseguro que aquí serán tratadas bien. Las cuidaremos y les daremos instrucción útil para abrirse camino en la vida. Quiero que me consideren su amiga.
Para sorpresa de las niñas, las besó con ternura.
_ Bienvenidas.
Una vez guardadas sus pocas pertenencias, se vistieron con un horrible uniforme marrón oscuro. La monja les trenzó fuertemente el cabello a ambas.
_ Todos los días, antes del desayuno deben ducharse y estar siempre peinadas como ahora. Es una precaución para evitar el contagio de piojos, si eso sucediera, la Hermana Asunta, la peluquera, las tendrá que rapar. Sería una pena, tienen un cabello precioso. Nunca vi uno tan policromático _ se maravilló rozando los rulos que reflejaban una sorprendente variedad de tonos rojizos.
_ Lo heredamos de nuestra abuela, eso nos dijo mamá _ balbuceó Lina.
_ ¡Precioso!, entonces, ¡a cuidarlo!. Señoritas, ¿tienen apetito?
_ Mucho _ se atrevió a expresar Lupe.
La hermana Elisa rió y las abrazó con cariño. De la mano, las condujo hasta el refectorio.
Un sin fin de miradas curiosas se clavaron en ellas al entrar al espacioso comedor.
Lina, cabizbaja, tomó asiento con timidez; en cambio Lupe, observaba la escena con curiosidad. Compartían la mesa con cuatro niñas.
A Lupe la sopa aguada, le provocó arcadas, pero las supo contener. Vio como su hermana devoraba el pan duro y ella la imitó. Al menos el agua estaba fresca. No hubo postre.
"Hasta en las épocas más difíciles, comíamos mejor en casa", se lamentó Lupe.
Escuchó que alguien con voz cascada la llamaba.
_ ¡Eh, tú, la colorada!
La cocinera, una gorda enfundada en un delantal manchado de grasa, le gritaba desde la puerta de la cocina.
_ Ayuda a recoger los platos y luego ponte a lavarlos. ¡Ojito con romper uno! _ la amenazó de mal talante.
Cuando concluyó con la tarea, buscó a Lina en el jardín.
El pasto estaba alto, no demasiado. Se admiró de la gran cantidad de flores, pequeñas y blancas, que asomaban sus pétalos entre el verde intenso del césped.
Nísperos, Paraísos, Moreras y Pinos, habitaban el predio con pomposidad, regalando sombra y frutos. A Lupe se le hizo agua la boca al descubrir las moras, su fruta predilecta. Recogió algunas que estaban tiradas alrededor del rugoso tronco y se sentó a disfrutar de su improvisado banquete.
"¿Dónde se habrá metido Lina? Se está perdiendo este manjar. ¡Ah!, allí está" _ corrió hacia ella con un puñado de moras maduras en sus manos.
La encontró frente a una gruta dedicada a la Inmaculada Concepción.
_ ¡Lina! Mira lo que tengo para ti.
_ ¡Que rico!, gracias Lupe... humm, están deliciosas.
_ ¿Qué haces?
_ Le pido a la Virgen por el alma de mamá. También para que me conceda un milagro.
_ ¿Cuál?
_ Que nos vayamos pronto de este lugar horrible _ se abrazó a Lupe llorando con amargura.
_ No creo que la Virgen te lo conceda, Lina, pero yo sí, te lo juro _ dijo con firmeza _ Basta de llorar, ya hemos llorado suficiente. Mamá nos va a cuidar desde el Cielo, ella me lo prometió y en su promesa, sí creo.
_ La hermana Elisa es muy buena, ¿no te parece? _ una sonrisa tímida iluminó el rostro regado de lágrimas.
_ Muy buena _ asintió ilusionada.
Un grupo de niñas se le acercaron.
_ Son nuevas, ¿no?. Me llamo Mariela _  las interrumpió una niña de doce años, regordeta, de gruesas trenzas oscuras y mirada melancólica.
_ Nosotras somos Lina y Lupe _ se presentaron.
_ ¿Nos sentamos en aquel banco que está debajo del sauce? _ propuso Josefina, delgada y bajita.
La frondosa sombra las protegió del calor sofocante de la tarde.
_ ¡Cuenten su historia!, muero por saberla ..._ saltó con desenfado una pecosa risueña.
_ ¡Pecas!, no le hagan caso, es una chismosa incorregible _ de un codazo la hizo callar.
_ ¡Ay, que bruta Mariela! _ protestó la curiosa.
Lupe y Lina rieron por primera vez, entretenidas por la divertida pelea.
_ No discutan, me gustaría contarles porque estamos aquí. Nuestra madre murió y como nuestro padre nos abandonó hace tiempo, una vecina muy amable nos acogió en su casa. Sus hijos, en cambio, no nos aceptaron y entonces, se vio obligada a internarnos en este lugar _ el dolor y la furia asomaban en su relato.
_ A mí me dejaron en un cajón de frutas en la puerta del orfanato _ les confesó Pecas _ Al menos eso me contó la Directora.
_ ¡Esa bruja! _ explotó Mariela.
_ Era una bebita de días _ continúo la pecosa _ Me llamo Carola porque ese era el nombre de la mujer de limpieza que me encontró, aunque mis amigas me dicen Pecas, ¿por qué será?
Todas estallaron en carcajadas por la desopilante ocurrencia.
_ Yo llegué _ tomó la palabra Josefina _ cuando tenía cinco años. Me acuerdo poco. Lo que sí recuerdo es que viví un cuento de terror, como esos que nos cuenta Albertito en las noches de tormenta cuando la celadora duerme. ¡Ay, amigas!, mi mamá tirada tirada en el piso, con una mancha roja debajo de su cabeza, y mi papá, con un martillo en la mano. Gritos, muchos gritos...después llegó una señora antipática que me trajo a este lugar. Nunca más volví a ver a mi mamá ni a mi papá. Los extraño.
"¡Cuanto sufrimiento!, ¡que injusta es la vida", pensó turbada Lupe.
_ Y a mí, la policía me arrancó de los brazos de mi mamá. Un buen día aparecieron en mi casa dos hombres de uniforme azul con un papel firmado por un juez. Eso escuché que le decían a mi mamá. Ella se negó a entregarme, pero sus ruegos fueron inútiles. Había una orden y debía cumplirla.
_ ¿Cuál fue el motivo, Mariela?
_ Por algo de prosti...prostitución, creo que así se pronuncia. No sé lo que quiere decir, era la palabra que gritaban los policías. Me tenían que liberar del ejemplo perverso de mi madre. Esa frase me la dijo la Directora cuando entré pataleando a su despacho. La aprendí de memoria para poder comprenderla algún día. Mi mamá me quiere muchísimo, Lupe. ¡Nunca, nunca me dio mal ejemplo! ¿Volveré a verla algún día?
_ Claro que sí, Mariela _ le deseó de todo corazón Lina.
Desde ese momento se hicieron inseparables, y el banco bajo el sauce llorón, fue su refugio, donde compartían cuitas, novedades y alguna que otra alegría.



lunes, 11 de abril de 2016

ALAS PARA UNA ILUSION, Cap 1

"...como un naufragio hacia adentro morimos,
 como ahogarnos en el corazón,
 como irnos cayendo desde la piel del alma".  Pablo Neruda

Buenos Aires, octubre de 1935

En una habitación sombría, dos niñas lloraban por su madre agonizante.
_ Mamá, por favor, no nos dejes _ le suplicó la mayor _ ¿qué va ser de nosotras? Estamos solas...
_ Perdón hijitas _ su respiración era agitada - Sé que fui muy egoísta. Cuando su padre nos abandonó en vez de refugiarme en el cariño de mis bellas pequeñas, lo hice en el alcohol. Perdón, perdón por todo el daño que les causé.
_ Mamá eso no es verdad, siempre te preocupaste por nosotras. Además, ya vas a ver, pronto te mejorarás.
Haciendo un gran esfuerzo, la mujer levantó un brazo y con lentitud acarició la mejilla sonrosada de su hija menor, Lina, que se esforzaba por sonreír.
_ No, Lina, no voy a mejorar. Lupe, ya eres una señorita, dentro de poco cumplirás trece años, cuida de Lina. Nunca se separen, velen siempre la una por la otra, como yo nunca lo hice...
No pudo terminar la frase. Un gran cansancio se apoderó de su frágil cuerpo, cerró los ojos y la respiración se volvió desacompasada.
La vida, como un sigular caleidoscopio, comenzó a girar delante de Clara Gómez.
Se casó con apenas diecisiete años, a pesar de la oposición de sus padres, que desde entonces cortaron toda relación con ella.
Rogelio Funes, era un hombre trabajador, diez años mayor que Clara. La amaba con pasión, pero lamentablemente era muy voluble. Hoy amaba, mañana buscaba un nuevo amor.
Al comienzo todo fueron mieles, pero con el correr de los años y la llegada de las dos niñas, la relación se tornó tirante. Clara le reclamaba sus infidelidades y Rogelio huía de la casa para refugiarse en los brazos de su amante de turno. No soportaba ni las exigencias de su mujer ni el llanto de sus hijas.
Sus períodos de ausencia eran cada vez más prolongados, hasta que un buen día no regresó más.
Clara se desesperó. Lo buscó en hospitales, en comisarías, hasta en la morgue. Nada.
Le costó aceptar la cruda realidad, Rogelio la había abandonado.
Empezó a tomar. Primero a escondidas de las niñas, luego cualquier momento era bueno para "empinar" un vaso de vino, de ginebra, de vodka. El alcohol, medicina de un espíritu magullado por las trampas letales del destino.
Comenzó a lavar y planchar para otras personas. Con esos pocos pesos y lo que recibía de la asistencia social, se mantenían. Por orgullo, nunca recurrió a sus padres. Sus hijas nunca conocieron a los abuelos.
La bebida la destruyó. Una cirrosis galopante terminaba con su miserable vida.
Las pequeñas, arrodilladas junto a la cama de su madre, elevaron una plegaria a la Virgen del Perpetuo Socorro, suplicando un milagro. La Virgen, sorda a sus ruegos, no les concedió el deseo.
Una vecina generosa, amiga de su madre, se encargó del sepelio. Todo terminó pronto, como si de un suspiro se tratara.
Clara, en la fosa común. Lupe y Lina, en el orfanato.