Novelas en capítulos y cuentos cortos

viernes, 22 de julio de 2016

ALAS PARA UNA ILUSION, Cap 28

"Soy mujer y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea. Es el calor de otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible, luchador, de piel suave y tierno corazón guerrero".   Alejandra Pizarnik


Octubre de 1943

Esa madrugada, Lina despertó con el alma liviana, exultante. Era el día intensamente esperado, el día del reencuentro con Lupe.
Nunca antes los salmos de Laudes alegraron tanto su espíritu. "Hoy la veré", se repetía emocionada.
Desde la epidemia de gripe que las devastó durante el invierno, su relación con la comunidad mejoró para su alegría y tranquilidad.
Las demás novicias la respetaban y buscaban su amistad; las religiosas la trataban con condescendencia y hasta la Priora le hablaba con ternura, aconsejándola y animándola en su vocación.
Sólo la hermana Milagros continuaba siendo rígida y cruel con ella.
"Los baños no relucen. ¡Límpialos nuevamente y esta vez pon empeño en ello! ¿O acaso quieres que nos ataque una nueva epidemia? ¡Claro, así serías nuevamente la heroína! ¡Ay hermana Catalina cuanta vanidad y soberbia alberga tu débil corazón! Luego de fregar los baños y los pisos de los dormitorios reza cincuenta rosarios arrodillada sobre granos de maíz. Espero que ese pequeño sacrificio físico cure tus pecados", y Lina sin protestar, obedecía.
Amaba la soledad de su celda, allí reflexionaba sobre los avatares que caían como poderosos gigantes sobre ella, y allí también, decidía inflexible que nada la doblegaría. Su mayor deseo era ser Carmelita y ella lo lograría. Se dedicaría a las misiones, a trabajar en las poblaciones indígenas pobres y olvidadas del norte argentino.
El ejemplo de vida de la hermana Elisa latía con intensidad en su espíritu y Lina estaba dispuesta a no desoírlo. Pondría su vida al servicio de las almas que sufrían el abandono, el desprecio y la humillación.Ella les ofrecería todo su amor.
"Ahora comprendo por qué debo pasar por este mar de lágrimas. Debo hacerme fuerte en la tribulación para luego volcar toda esa fortaleza en el trabajo que el Señor tiene pensado para mí en su Viña".
Esos pensamientos eran baluartes que la protegían de la inquina de la hermana Milagros, una mujer sádica que envidiaba la inocencia y la pureza de Lina.
Una mujer que llegó al convento escapando de la lujuria de su padrastro y de la indiferencia de su madre. Una mujer infectada con el veneno de la envidia y del rencor. Una mujer inmune a los efectos sanadores de la oración. Una mujer que ingresó a la orden buscando protección, pero desafiando al amor de Dios. Un lobo disfrazado de cordero en el redil del Señor.
Por la tarde, luego de la lectura de los Santos Evangelios, Lina meditaba sobre la vida de Teresita de Liseux, fundadora de la congregación. "¡Ojalá tuviera un ápice de su fe!"
La voz áspera de la hermana Milagros la sacó de sus cavilaciones.
_ La esperan en el locutorio
Sin mirarla, pasó como una exhalación a su lado dejando a la monja estrujándose las manos con rabia.
Abrió la puerta de la sala y corriendo se arrojó en los brazos de Lupe.
Ana y la Priora las observaban en silencio.
_ ¡Lina! Si parece que hubiese pasado un siglo sin verte. ¡Te extraño tanto!_ Lupe lloraba y reía a la vez.
_ A mí me ha pasado lo mismo. ¡Ana, que alegría! _ y de los brazos de su hermana corrió a los de Ana.
_¡Mi pequeña! Déjame ver...Lupe, mira que bien le queda el hábito.
Todas rieron, incluso la severa Madre Concepción.
_ Ahora las dejo para que conversen tranquilas. Hermana Catalina, disfrute de este momento que sin dudas es un regalo del Señor.
_ Gracias Madre _ le respondió con la mirada luminosa.
Al quedarse solas Lupe estalló.
_ ¡¿Hermana Catalina?!_ se escandalizó _ ¿Por qué te cambiaron el nombre? ¿Quiénes se creen esas monjas?
_ Lupe, calmate, ese es mi nombre.
_Ya lo sé, pero mamá siempre te llamó Lina y estas urracas no tienen derecho a desafiar los deseos de nuestra madre _ Lupe estaba fuera de sí. Todo el dolor que guardaba su corazón debía escapar, sino estallaría.
_ Lupe, lo importante es que aquí soy muy feliz. Es verdad, te extraño, las extraño una enormidad, pero esto es lo que quiero, es mi vocación _ lo dijo tomándolas de la mano.
_ ¿Realmente eres feliz? ¿Te tratan bien? No te harán trabajar como una esclava, ¿no? _ se intranquilizó Ana.
_ En absoluto _ mintió Lina, era imprescindible no inquietarlas.
_ Y tú Lupe, ¿eres feliz con Renzo? _ quiso saber.
_ Mucho _ lo dijo ocultando la mirada._ Soy feliz en cada concierto interpretando con mi violín a Vivaldi o a Bethoveen, soy feliz cuando mi música toca el corazón del público y me responde con sus aplausos.
_ ¡Ay Lupe cuánto te quiero!_ nuevamente se abrazaron, pero sin dejar de notar como su hermana evadía la pregunta.
_ Ahora que sé que ambas son felices y que mis hijos han encauzado sus vidas, tengo algo que revelarles.
Las hermanas la miraron sorprendidas.
_ He planeado un viaje a España. Necesito visitar mis raíces, es una asignatura pendiente que anhelo cumplir.
_ ¡Cuánto me alegro Ana!
Lina se mostró entusiasmada, pero Lupe creyó ahogarse en la desesperación, sin embargo supo disimular su desconcierto. "Quizá sea lo mejor", pensó angustiada disfrazando su temor con una sonrisa.
Las dos horas que debía durar la visita pasaron volando.
Se despidieron entre promesas, llanto y risas.
Sola en su celda, Lina se preocupó:
"Lupe me ha mentido. No es feliz, algo le ocurre, lo he leído en sus ojos".



lunes, 18 de julio de 2016

ALAS PARA UNA ILUSION, Cap 27

"La desilusión es para un alma noble lo que el agua es para el metal caliente: lo fortalece, le da ánimos, lo intensifica, pero nunca lo destruye".  Eliza Tabor Stephenson


Dura le resultó a Lina la vida en el convento. Levantarse de madrugada, rezar y fregar...fregar y rezar.
No debía hablar con sus compañeras, sólo obedecer y asentir.
Tenía las rodillas enrojecidas de tanto restregar los extensos pasillos con agua helada y jabón; las manos, cuarteadas, rojas, ásperas y doloridas.
Lina sufría en silencio, la oración era su consuelo y el anhelo de volver a ver a Lupe y a Ana, su sostén. Ya habían pasado tres meses desde su ingreso al convento, restaban dos para el añorado reencuentro.
"Te extraño con el alma Lupe", lloraba por las noches, sin embargo, sabía que debía pasar por ese crisol para alcanzar su meta...ser una Carmelita.
La hermana Milagros, la celadora de las novicias, era sumamente estricta. La sonrisa con que la recibió se borró con la goma de la intemperancia.
Intransigente, avinagrada...así era la hermana Milagros; aquella que se había dado a conocer como amable y gentil, ahora la trataba fríamente, con exigencia y hasta con humillaciones.
"Hermana Catalina, ¿a qué se deben esas lágrimas? Mi trato rígido tiene un único fin: formarla en el carácter propio de la vida religiosa, probar su vocación matando todo rastro de orgullo y vanidad", solía repetir en forma severa.
Así mismo, las pocas novicias como las demás religiosas, la marginaban por considerarla una niña mimada de la alta sociedad porteña, débil y caprichosa.
"Poco saben de mí, se dejan llevar por las apariencias, cuando conozcan mi verdadera historia me aceptarán", las justificaba.
Su inexperiencia en la horticultura y en la cocina le valió intimidaciones, retos y hasta burlas. Actitudes que le dejaban atónita. "¿Cómo puede ser que estas mujeres que desean ser siervas de Dios se comporten de esta manera?", se preguntaba desconcertada.
Lina, a pesar de la animadversión de las religiosas, nunca se acobardó ni pensó en abandonar el convento, todo lo contrario, creció en ella el ímpetu por alcanzar la meta.
"Yo soy un alma minúscula que sólo puede ofrecer pequeñeces a nuestro Señor", las palabras de Santa Teresita de Liseux la confortaban y animaban.
Amaba los momentos de sosiego que le brindaba el aislamiento en su celda. Devoró con pasíón "Llama de amor viva", de San Juan de la Cruz, canciones que bendicen y ensalzan la unión íntima del alma con Dios.
Se dormía repitiendo los dulces versos que la vigorizaban en medio de su dolor:
"¡Oh, llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres.
¡rompe la tela de este dulce encuentro!".
Muchas veces se preguntó, "¿es que aquí nadie ríe?"
Angustiada, consultó esta inquietud en una de sus confesiones semanales. Al poco tiempo la mandó llamar la Priora.
_ Hermana Catalina, el padre Agustín me comentó su desazón _ la encaró con ojos perspicaces,
_ ¿A qué se refiere? No entiendo _ la desconfianza como una serpiente se enroscó en su espíritu noble, "¿es que el cura le ha referido mi confesión?, ¡pero si es secreto!", pensó perpleja.
_ Sé lo que está pensando, pero para mí no deben haber secretos puesto que soy la responsable de su formación en el seno de Nuestra Madre la Iglesia. La felicidad, hermana, no responde a los cánones del mundo exterior, aquí se llega ella a través de la renuncia, la devoción y el sacrificio. ¿Ha comprendido? Y a usted, aún le falta mucho por recorrer en este santo camino para alcanzarla y presenciarla. Puede retirarse.
Lina, cabizbaja y aturdida por el sermón, se dispuso a abandonar el despacho cuando la voz quejumbrosa de la Priora la retuvo.
_ La próxima vez que tenga una duda o planteamiento, consúltelo con la hermana Milagros. Ella está para escuchar y ayudar a las novicias.
"¡Justo la hermana Milagros! Urraca egoísta", inmediatamente se arrepintió. "Debo tener paciencia, seguramente me tratan con tanta rudeza para curar mis defectos que, sinceramente, son muchos", pensó contrita.
El invierno llegó trayendo un mensaje mortuorio. Una epidemia de gripe cayó en el convento. Todas las monjas enfermaron salvo Lina, otras dos novicias y la Priora.
Lina procuró durante esas instancias mostrarse solícita con las hermanas postradas en cama. Les brindó su generosa atención, siempre con una sonrisa y tiernas palabras. La Priora Concepción se vio obligada a permitirle participar en la organización del convento y se llevándó una agradable sorpresa; fue testigo del coraje y la fortaleza que demostró la joven en la adversidad, sobre todo cuando preparó el entierro de tres monjas que fallecieron a causa de la epidemia que las asoló.
La comunidad, que desde un principio la consideró de poco valor y altanera, comenzó a verla bajo una luz diferente.