Novelas en capítulos y cuentos cortos

domingo, 19 de marzo de 2017

FELIPA, EN CARNE VIVA Cap.14

"Después de la media noche, la luna es apagada, triste y siniestra.
 Es una verdadera luna de noche de brujas".  
Guy de Maupassant

De puntillas, conteniendo la respiración y con el corazón corcoveando como un potrillo salvaje, caminaron cautelosas a través de los tres patios hacia la puerta trasera de la casa.
El canto del sereno anunciando la medianoche las sobresaltó. En ese momento, bien por el susto, bien por la urgencia, aceleraron el paso.
Cuando comprobaron que Alejo y Lautaro estaban esperándolas en el lugar indicado sintieron que el alivio las embargaba.
Alejo tomó de la cintura a Felipa y la besó con urgencia.
_ ¡Alejo!, no es momento de besos, es momento de escapar antes de que nos pesque Abelarda o lo que es peor, el tío Idelfonso _ lo regañó en voz baja y severa Felicitas.
_ ¡Aguafiestas! _ la enfrentó con una sonrisa sofocada _ ¡Monten, entonces!
Alejo ayudó a Felipa a montar en la yegua moteada que eligió para ella deteniendo sus manos más de la cuenta en las caderas de la joven.
Felicitas se las arregló sola, no necesitaba ayuda, era una excelente amazona. En cambio, Rosario agradeció con timidez el auxilio de Lautaro.
_ ¡Lautaro!, ¿que haces ahí parado como una vaca desorientada? ¡Monta de una buena vez! _ lo apuró Alejo.
El indio obedeció con celeridad no sin antes fulminarlo con la mirada. Alejo respondió al enojo de su amigo con una carcajada que Felicitas se encargó de silenciar.
Lautaro amaba a Rosario y sangraba sin remedio por saberla inalcanzable. Con disimulo olió su mano derecha impregnada del perfume, mientras que con la otra sostenía las riendas de su caballo. Olía a jazmines, olía a Rosario..."Mi Rosario", pensó con el alma quebrada.
A medida que se alejaban de la casa, Alejo comenzó a silbar una tonada alegre.
_ Para ti todo es un juego, ¿no? _ Felicitas, con los nervios de punta, no soportaba la indolencia de su primo. Nada parecía afectarlo, nada, excepto que alguien se metiera con Felipa.
_ Felicitas, esta es tu noche _ le respondió con petulancia.
_ Y eso significa...
_ ¡Que eres una bruja! _ le gritó hastiado de su malhumor.
Felicitas, herida en su amor propio, se mordió con furia los labios y espoleó con impaciencia su caballo adelantándose a todos.
_ Alejo, no seas duro con ella _ intercedió dolida Felipa.
_ Entonces que no me joda _ dijo con sequedad. Felipa prefirió no insistir. Cuando Alejo se enojaba era semejante a una tormenta eléctrica, fulminaba todo a su paso. Luego se arrepentía, pero los desmanes provocados pocas veces tenían solución.
El trayecto duró apenas media hora, pero para las jovencitas fue una eternidad. El miedo a ser descubiertas parecía ralentizarlo todo.
Milagrosamente el camino que los condujo hasta "El Candombe" estaba desierto, al igual que las calles del barrio. El ulular de una lechuza rompió el silencio que los rodeaba, un silencio denso como la niebla.
Dejaron los caballos atados en las ramas de un sauce lindero al rancho de Filomena.
Una luz débil y titilante, les aseguró que la anciana estaba despierta.
_ Ustedes dos se quedan aquí _ les ordenó Felicitas de mal talante a Alejo y a Lautaro.
_ ¿Por qué?...si puede saberse _ la enfrentó de igual manera Alejo.
_ Por favor, basta de peleas por esta noche _ Felipa ya estaba harta de tanto comportamiento infantil _ Alejo, aunque la abuela te quiere mucho, cuando se trata de recetas y...ejem, hechizos, prefiere que los hombres no estén presentes. Es una costumbre heredada de su madre.
Lo dijo con tanta ternura que Alejo tuvo que sucumbir a su petición. Ella se lo agradeció con un beso ligero como el aleteo de una mariposa y fogoso como el sol del verano.
Con tres golpes suaves anunciaron su llegada. Filomena abrió la puerta y las abrazó con cariño.
_ Pasen, pasen, pué. ¡Qué lindas están!_ las recibió con alegría. Eran pocas las ocasiones que podía ver a su adorada nieta, Idelfonso se lo tenía prohibido. _ ¿Qué las trae por estos lugares apartaos de la mano de Dios? Vinieron acompañadas, me supongo _ se alteró.
_ Si abuelita. Alejo y Lautaro están afuera _ la tranquilizó Felipa.
_ Ta güeno, ansina me gusta. Los hombres de por acá son muy fieros. Tienen que tener mucho cuidado. Y ahora cuentenmen..._ las invitó a sentarse en unas sillas desvencijadas ubicadas alrededor de una mesa en la que ardían cinco velas de sebo.
_ Abuelita necesitamos un hechizo de amor _ se despachó Felipa sosteniendo la mirada escrutadora de la anciana.
_ ¿Para quién?
_ Rosario quiere que Rubén la ame _ le explicó Felicitas.
_ Rosario, ¿estás sigura? El Rubén es un mal bicho.
_ Eso mismo le dijimos nosotras, doña Filo, pero ella no acepta nuestros consejos _ Felicitas extendió su mano sobre la mesa tomando la de su hermana.
_ Yo lo quiero, doña Filo, y quiero ser su mujer _ la confesión tan abierta de Rosario las sorprendió, ella era siempre recatada y retraída.
_ Muy bien, si ese es tu deseo...pero muchachita, ¿puedo? _ ante el gesto afirmativo de Rosario, la vieja se apoderó de la mano de Rosario apartando la de Felicitas y comenzó a leer las líneas del destino _ Veo mucho sufrimiento, muchas lágrimas...sin embargo...
_ ¡Qué!, ¡qué! _ gritaron al unísono Felipa y Felicitas.
Doña Filomena las fulminó con la mirada y ellas, sonrojadas, callaron al instante.
_ Sin embargo, hay un hombre que te va a hacer feliz, un hombre prohibido _ terminó cerrándole la palma de la mano.
_ ¿Un hombre prohibido? _ repitió intrigada Felicitas.
_ Perdone, doña Filo, pero ese hombre no me interesa, yo quiero a Rubén. El es el hombre de mi vida.
_ Si estás decidida m´hija no hay más nada que decir _ dijo con frustración _ voy a buscar lo que necesito.
Doña Filomena desapareció por unos minutos y luego regresó trayendo un recipiente mediano de barro cocido. Acto seguido, buscó agua y azúcar. Todo lo dispuso sobre la mesa dentro de un círculo que formó con las cinco velas. Puso delante de Rosario un papel de pobre calidad, una pluma y un platito de cobre.
_ Dame un dedo _ dijo con autoridad, la voz de Filomena había cambiado, parecía de ultratumba. A las jóvenes se les puso la piel de gallina. En el ambiente se percibía una fragancia extraña...el perfiume rancio y dulce de la muerte.
Con una aguja le pinchó el dedo, lo apretó con fuerza derramando la sangre en el platito. Cuando la cantidad de sangre le pareció satisfactoria dejó de presionar.
_ Ahora mojá la pluma en tu sangre y escribí tu nombre y el del hombre que querés en el papel.
Rosario obedeció temblando.
_ Abajo de los nombres escribí: "menga mabunga ngua, Sembi! mubika menga"._ le dictó lentamente.
_ ¿Qué idioma es ése abuela? _ preguntó en voz baja Felipa, como temiendo romper el hechizo.
_ Es la lengua de mis antepasados. Mi madre me lo enseñó de muy niña. Las raíces nunca deben olvidarse, Pipa _ una nota de melancolía y amargura tiñó sus palabras.
_ ¿Qué significa lo que acabo de escribir? _ Rosario estaba impresionada.
_ "Mi sangre ruega por su amado. ¡Señor! esclaviza la suya a la mía" _ a medida que recitaba la plegaria, las velas se apagaron. Las tres amigas, se sobrecogieron en medio de la oscuridad.
Lentamente, como saliendo de un éxtasis, Filomena encendió las velas. Sonrió al ver las caras transfiguradas por la impresión de las muchachas.
_ Por último, llenamos de agua esta vasija; dos cucharadas de azúcar para endulzar a tu hombre y por último, ponemos el papel escrito con tu sangre. Durante tres días tenés que tenerlo abajo de tu cama. Al tercer día tirás el agua en la puerta de su dormitorio. Cuando él la pise quedará amarrado a tu amor.
_ ¿Eso es todo? _ preguntaron las tres a la vez.
_ ¡Ajá! _ respondió encendiendo su pipa _ Pero Rosario, él solamente va a querer tu cuerpo...nunca tu alma _ le advirtió.
_ No me importa, con su deseo me basta _ dijo con terquedad.
_ ¡Que necia, hermanita! _ resopló Felicitas disgustada.
_ Gracias abuela, debemos irnos antes de que noten nuestra ausencia en la casa _ la prisa no le impidió abrazar a la anciana y besar sus ajadas mejillas. Rosario y Felicitas la imitaron prometiéndole regresar pronto.
_ Casi me olvidaba. Esto es para usted doña Filomena _ Felicitas sacó de un bolsillo de su vestido una bolsita de cuero. _ Tabaco para su pipa, se la robé al tío Idelfonso _ y con picardía le guiñó un ojo _ La raíz de peonia resultó excelente. Hace rato que Darío no sufre convulsiones _ agregó feliz.
_ Me alegro Felicitas, seguí dándole ese té dos veces al día, pué. Probá con esto también _ fue hasta una alacena y extrajo de un cajón una cajita de latón _ Son hojitas de "pié de león". Machacá algunas y el jugo que saqués lo mezclas con agua caliente y se lo das al Darío en ayunas.
_ Así lo haré. Mil gracias doña Filo.
Alejo y Lautaro esperaban inquietos. El canto de los gallos anunciaba el amanecer.
_ ¡Por fin! Tardaron una eternidad _ se quejó Alejo al verlas.
_ Es que la abuela debía explicar a Felicitas el tiempo de cocción y la manera de suministrar cada una de las recetas... _ comenzó muy suelta Felipa.
_ Ya, ya _ la interrumpió Alejo fastidiado _ basta de mentir. Lautaro y yo conocemos el motivo de la visita a doña Filomena. No estaba equivocado cuando tildé de bruja a Felicitas...¡todas son unas malditas brujas! _ estalló.
_ ¡Nos estuvieron espiando! _ se indignó Felicitas.
_ Exactamente primita. Cuando me cansé de ganarle a los dados a Lauti, nos asomamos a la ventana y escuchamos a Rosario pidiéndole a doña Filomena un amarre de amor para mi tonto hermano. Lo vimos todo así que no nos mientan más. Y ahora, ¡en marcha!, con un poco de suerte llegaremos antes de que Abelarda se despierte. Y...Pipa, jamás vuelvas a mentirme _ dijo con tristeza y decepcionado.
Todos montaron en silencio. Felipa abrió la marcha cabizbaja. 
Sumergidos en sus pensamientos, emprendieron el regreso.
"Siento haberle mentido a Alejo, pero debía proteger a Rosario, es mi amiga", reflexionó Felipa.
"¿Por qué me mentiste Pipa?¿Por qué no confías en mí? ¿Acaso mis primas son más importantes que yo?", pensó celoso Alejo.
"Un amarre de amor, una esperanza. Rubén, ¡cuánto te amo!", meditó Rosario.
"Dios mío que estos yuyos sean eficaces para mi pobre Darío", rezó Felicitas.
"¡Ay Rosario! Cada día estás más lejos de mí y más cerca de ese imbécil. Sé que soy poca cosa, pero esta poca cosa muere de amor por vo´ ", se lamentó con el corazón herido Lautaro.
Así cabalgaban, codo a codo, cinco almas unidas por el lazo del destino...






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