Novelas en capítulos y cuentos cortos

lunes, 1 de mayo de 2017

UN NUEVO AMANECER, Cap.20

"La tibia fragancia de su alcoba encendía en mí,
 como una tortura, la voluptuosa memoria de los sentidos".
Ramón del Valle-Inclán

"Me sumerjo en un mar de sedas y encajes. Buceo, impertinente,  a través de una piel prístina y fragante que enloquece mis sentidos. Huelo, saboreo, acaricio. Todo es perfecto. Ella jadea, grita mi nombre y yo me disuelvo en su interior. Ardiente, escudriño su rostro. Las sombras lo ocultan. Desesperado tanteo en las tinieblas buscando una lumbre. Ella detiene mi mano y la lleva a su boca. Besa cada uno de mis dedos, los acaricia con su lengua aterciopelada y yo estallo en mil pedazos. La pasión me consume, me tritura, me devora. Cabalgamos descontrolados, arrebatados por un fuego fatuo que nos envuelve sin herirnos. Me tortura el secreto de su rostro, necesito descubrirlo. Un rayo de luna viene en mi auxilio y el brillo de dos esmeraldas me enceguece..."
"Esos ojos, esos ojos...es Lourdes, la mujer que me atormenta en sueños es ella. Lourdes, mi dulce tormento". Rafael, sentado en su cama en medio de la noche, despertó alarmado. Se sirvió una copa de agua fresca de la jarra que Candelaria acostumbraba poner para él sobre la cómoda. Necesitaba aclarar las ideas.
"¿Por qué no puedo sacar de mi cabeza a esa mujer? ¿Qué significa para mí?", se preguntó aunque él ya conocía la respuesta: amaba a Lourdes. Sin embargo, presentía que ese sentimiento no era nuevo, que yacía dentro de su corazón desde siempre.
"Basta de mentirme, la amo y estoy seguro que ella también me ama. Lo veo en sus ojos, en sus gestos. El perfume de su piel me perturba. Debo hablar seriamente con ella. Debemos sincerarnos, sé que algo me oculta y debo saber qué es".
La repentina decisión lo tranquilizó. Apoyó la cabeza sobre la almohada y esta vez pudo conciliar el sueño, un sueño sereno que lo distendió.
Por la mañana, Rafael despertó de buen ánimo.
Pensó en compartir su descubrimiento con Imanol y Amelia, pero luego desistió. En parte se sintió culpable de no hacerlo ya que gracias a las infusiones recetadas por Imanol estaba recuperando de a poco la memoria. Sin embargo había algo en el médico que no le agradaba. La forma en que lo miraba por momentos lo exasperaba, en los ojos almendrados del hombre había deseo. Al principio no le dio importancia, pero como la situación se volvió recurrente se preocupó y comenzó a evitarlo.
Y por otra parte, Amelia se estaba volviendo insoportable. Le fastidiaba que fuera tan absorbente, tan celosa. "No la comprendo. Nunca alenté entre nosotros algo más que no fuera una buena amistad".
Luego de acicalarse fue hasta la cocina a desayunar. Allí encontró a Candelaria preparando la masa de unos buñuelitos de naranja. Sobre el fogón, en una gran olla de cobre bullía un aromático chocolate.
_ Buenos días Candelaria _ Rafael la sorprendió.
_ Bautista, ¿qué hacé levantao´ tan tempranito? ¡Ah! ya sé, no queré encontrarte con los copetudos. Hace bien, esa Amelia es insoportable. Hay veces que me gustaría agarrarla de los pelos y arrastrarla por tuita la casa. No pongás esa cara Bautista, como tengo confianza con vo´ te digo lo que siento. Si sigo en esta casa es por el Joaquín que me pidió que te cuidara, que si no ya me habría mudado pa´las casas del Joaquín y la Clarita, que es una alma de Dios _ Candelaria despotricaba y al mismo tiempo freía los buñuelos en una sartén de hierro. Una vez hechos, los depositaba en una fuente de losa azul.
_ Asi que sólo estás acá porque te lo pidió Joaquín. Yo pensaba que algo me querías, negra linda _ le dijo Rafael con picardía mientras engullía los buñuelos calientes.
_ ¡Cuidao´que se va a quemá! Pucha que te quiero Bautista, si tuititas las noches le prendo una vela a San la Muerte pa´ que te ricuerde de todo _ Candelaria se apartó del fogón, se acercó al hombre y con afecto maternal le acarició la cabeza.
_ Gracias Cande, sos un amor.
_ Y ahora tomate este rico chocolate. Basta de esos yuyos ajquerosos que le da el dotor Imanol, otro que no es santo de mi devoción _ lo que no mencionó Candelaria fue que hacía tiempo que no obedecía las órdenes ni de Imanol ni de Amelia. Ella, por decisión propia, había dejado de darle las infusiones prescritas. Sus espíritus le habían susurrado que los hermanos buscaban dañar a Bautista y ella no lo iba a permitir.
Dos horas más tarde, Imanol y Amelia, disfrutaban su café en la sala.
_ Estos buñuelos son un verdadero manjar Candelaria _ la felicitó Imanol.
_ Si, están buenos aunque demasiado dulces _ objetó displicente Amelia. Candelaria se mordió la lengua para no retrucar. "La próxima vez los voy a espolvorear con veneno, maldita perra".
_ Un poco más de café, Candelaria _ pidió Imanol.
_ ¡Por Dios!, ¿cómo puedes repetir? ¡Está horrible!, demasiado fuerte y tibio. ¿Cuándo aprenderás negra tonta? _ Amelia desquitó su malhumor por la ausencia de Rafael en el desayuno con la pobre Candelaria _ ¡Retírate! _ la despidió tajante. Candelaria, agradecida por no tener que soportarla más, huyó a la cocina.
_ Yo también me retiro _ dijo sonriente Imanol levantándose de la mesa.
_ ¿Dónde vas? Si puede saberse, claro _ preguntó con suspicacia Amelia elevando una de sus cejas prolijamente delineada.
_ A la casa de los Aguirrezabala.
_ ¿Y para qué? _ se alteró _ Estoy harta de Lourdes y toda su familia. Por mí que se la lleve el mismísimo diablo.
_ No lo invoques hermanita que puede hacerte caso.
_ ¡Ojalá! Cualquier ayuda me vendrá bien _ con furia tiró la servilleta de lino sobre la mesa. Imanol, caballerosamente, le corrió la silla y ella lo acompañó hasta el zaguán luego de alcanzarle el sombrero de copa y el bastón con mango de oro.
_ No me has dicho para qué vas a esa casa _ le remarcó con voz acre.
_ No seas tan curiosa, a su debido tiempo lo sabrás. Pero quédate tranquila, todo lo que hago es para lograr nuestro propósito: separar a Lourdes de Bautista. Hasta la noche, hermanita _ y rompiendo su costunbre la besó en la mejilla dejándola anonadada.
Al doblar la esquina, Imanol perdió de vista a su hermana. "Ya veré cómo librarme de ti también", masculló.
Caminó dos cuadras. Detuvo un coche de alquiler y le indicó que lo llevara a los suburbios de la ciudad.
Media hora después se cercioraba que todo estuviese en orden en su guarida. El negro Tadeo había hecho bien su trabajo: ningún indicio de muerte reciente. Manchas de sangre, ninguna;  la jaula donde encerraba a sus víctimas, perfectamente limpia; ambiente impecable, libre de olor a heces y orines.
Satisfecho cerró con doble llave la puerta del galpón y se encaminó con buen ánimo hacia la casa de Lourdes.
_ Hasta la calle de la Santísima Trinidad, rápido _ le dijo al cochero que lo esperó paciente por las dos monedas de oro prometidas.
"Y ahora a entablar amistad con el pequeño Miguel. Hermanita invocaste al demonio, ya verás como no te decepciona. Hermanita, yo soy el demonio".





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